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ISSN 1989-4163

NUMERO 06 - OCTUBRE 2009

 

No más Beligerancia

Isabel Huete

Ultimamente proliferan los correos electrónicos a los que se adjuntan presentaciones de Power Point cuyo contenido versa sobre costumbres y comportamientos de gente que profesan la religión islámica, todos de países árabes aunque no siempre actúan en ellos sino también en países europeos. Casi siempre van acompañadas las imágenes de comentarios contrarios a tales costumbres o actitudes en los que se pone a esas sociedades a parir para concluir con afirmaciones del tipo "nos estamos dejando invadir", "en su país no tendría libertad para decir estas cosas o vestirme a mi manera" o "escondiendo la cabeza como las avestruces no podremos pararlos", etc. El problema es la finalidad con la que se construyen y se difunden esos mensajes: ponernos en contra de los inmigrantes procedentes de los países árabes, hacernos dudar de que puedan practicar su religión libremente, asustarnos con la idea de que nos acabarán sometiendo a sus leyes o sharias.

Nadie más beligerante que yo ante el sometimiento de las mujeres en la mayoría de esos países, su falta de libertad, su utilización como meros objetos al servicio del hombre, su ocultamiento físico hasta límites escandalosos, las diferentes varas de medir de la justicia ante determinados comportamientos en función de quién los realice o el pisoteo constante de su dignidad. Todo ello, claro está, desde la óptica de una ciudadana occidental que profesa otras costumbres y que disfruta de casi todas las libertades, entre otras poder vestirse como le dé la mismísima gana, trabajar en lo que le apetece (o le dejan) o no profesar o practicar religión alguna si no quiere.

Sé que mucha gente no ha vivido (por suerte) el talibanismo que en los años de plomo sufríamos aquí, como tener que llevar velo en la iglesia o no poder entrar en ella si no era con manga larga. A las que nos atrevíamos a ponernos la falda corta cuando ésta empezó a implantarse se nos tachaba de putas, o simplemente el hecho de besarnos en la calle con un chico significaba la pérdida irremediable de la pureza y quedábamos marcadas de por vida. No digamos ya si después del beso se sabía que habíamos acabado encamados. Vivíamos en la mentira constante, haciéndonos pasar por auténticas benditas mientras entre las piernas algo se quemaba a fuego lento.

No ha sido fácil superar estas frustraciones y todavía queda mucho por hacer mientras tengamos detrás una Iglesia (y algunos jueces) dispuesta a cerrarnos todas las puertas. Las religiones, todas, siempre han sido castrantes, sectarias y fascistoides. Todas han querido imponernos sus dogmas para mantener su poder secular sobre la sociedad. A los que practican la fe islámica y cometen una falta (que aquí nunca sería tal), o bien le cortan una mano o lapidan a una mujer por infiel o la encarcelan por beberse una cerveza en público. Son sanciones terribles y macabras, pero quizá a pesar de todo puedan ser abrazados por Alá en su Paraíso. A nosotros directamente, cuando cometemos una falta contraria a la religión, nos envían al infierno (es una pena que ahora digan que no existe) a quemarnos como gorrinos si no le confesamos nuestro "delito" a un señor que se esconde tras una caja de madera con celosía mientras se toca los huevos o se mete el dedo en la nariz. Las mujeres pueden llegar a ser santas pero nunca impartir misa; tampoco hay mujeres en los órganos de la Iglesia ni en los concilios. Somos las portadoras del pecado original y por nuestra culpa se tuvo que expulsar al pardillo de Adán de nuestro Paraíso. Desde entonces todos somos portadores del virus del pecado, inoculado en la vena de la conciencia, y si no hacemos actos de contrición durante toda nuestra vida nuestra sanción será no ver a Dios, así que no habrá abrazo que valga. Da igual que nos muramos de muerte natural o nos maten, si estamos en pecado la hemos cagado per in secula seculorum. No hay escapatoria si no te dan ese segundo de regalo que te permita pedir perdón por haber disfrutado de una vida de goce y promiscuidad. Y, encima, el día del Juicio Final te harán confesar todas tus miserias delante de la humanidad entera y tu suerte dependerá del punto cardinal que indique el dedo pulgar del Supremo Juzgador.

En todas las religiones cuecen habas, pero sería una ingenuidad pensar que la belicosidad que muestran algunos grupos islamistas contra occidente sea debido a cuestiones de credo. Desde tiempos inmemoriales hemos considerado a los árabes y a los africanos, y a los sudamericanos también, seres inferiores y hemos procurado por todos los medios hacérselo saber, bien invadiendo sus territorios por la fuerza (¿nos hemos olvidado de las cruzadas o de la conquista de América?) o bien apropiándonos pacíficamente de ellos mediante la colonización política o económica. Nunca los hemos dejado vivir en paz y por razones de políticas geoestratégicas hemos apoyado a gente sanguinaria y corrupta en unos casos y, en otros, en razón de su poder económico hemos consentido los mayores dislates. Sus sociedades nos han importado una pipa y si en algún momento pretendieron ser libres oponiéndose al sistema, ayudamos a los tiranos a machacarlas.

La imposición del Estado de Israel, robándole el territorio a sus habitantes palestinos, fue el colofón de la imposición a martillazos de un orden que a occidente no correspondía establecer y el origen de posteriores conflictos que han acabado en la devastación de la mayor parte esa zona y el empobrecimiento y desplazamiento forzoso de millones de sus habitantes a otros países. Al Estado de Israel se le permite disponer de armas nucleares pero no a los países colindantes, como si la mayor belicosidad no hubiese surgido del primero en aras de expandir su territorio a base de guerras encarnizadas. Si Israel vulnera las decisiones de Naciones Unidas aquí nadie rechista o rechista bajito; si lo hace Irán o Siria las sanciones caen como bombas de racimo sobre toda la población. ¿Qué esperábamos entonces, que los países árabes se quedasen calladitos y sonriendo? La situación de Palestina ha sido la espoleta que ha acabado por hacer estallar la rabia contenida durante tanto tiempo. No se puede humillar a una nación permanentemente sin que se acabe pagando un cuantioso peaje.

Si aquí inventamos la guerra de guerrillas contra la invasión francesa, no deberíamos de extrañarnos de que en los tiempos que corren éstas hayan trasmutado en actos terroristas por parte de grupos árabes que siempre han actuado bajo el paraguas de algunos países afines. No puedo defenderlo ni lo defiendo, pero otra cosa es que quiera engañarme respecto a las razones que nos han llevado a esta realidad tan lamentable y desastrosa para todos. Si en un principio hubo una contención contra Israel, ahora se le quiere borrar del mapa y, de paso, castigar a sus aliados. En todas las conversaciones de paz, la intransigencia israelí ha abocado a su fracaso y no se han conformado con seguir construyendo asentamientos en territorios palestinos sino que, para colmo y vergüenza, han construido un inmenso muro de separación.

El exacerbamiento de las posturas provienen del cansancio y la desesperación, y el mariconeo de occidente no ha hecho más que alimentarlo. No nos extrañemos, pues, de que digan los disparates que dicen sobre nosotros aunque vivan en nuestros países y disfruten de nuestras libertades. Se siente muy ofendidos y están muy cabreados. Sus actos de terrorismo son tan injustificables como las bombas que nosotros lanzamos contra ellos matando en su mayoría a civiles, y no vale con decir que no fueron nuestros aviones porque aquí todavía no he oído a nadie que critique esas acciones de la OTAN o del muy autosuficiente ejército de Estados Unidos. Todos nos comportamos como animales sin pensar en las cicatrices que se forman y que perdurarán para toda la vida. Ni los unos ni los otros tenemos la razón de nuestra parte, por eso no sólo podemos ver la paja en el ojo ajeno sino también la viga en el nuestro.

Creo que alimentar el odio y la sinrazón contra aquél a quien tenemos miedo no es más que una huida hacia delante, lo mismo da que se haga desde una emisora de radio que desde una presentación de Power Point si lo que predomina es una visión maniquea del problema. Ni por asomo pienso que los árabes, y con ellos el islamismo, nos quieran invadir, pero soy consciente de que mientras puedan intentarán vengarse amedrentándonos con soflamas que salen más de sus vísceras que de su razón. Se defienden atacando, pero sólo es una forma de hacerse notar, el deseo de que alguna vez pensemos y actuemos con ellos como iguales.

 
 

No más beligerancia

 

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